ASHÁNINKAS: PROTECTORES DE LA AMAZONÍA
En medio de la inmensa selva peruana, entre una base del ejército y la
vegetación más densa del planeta, se encuentra Samaria, una comunidad de Asháninkas
ubicada a las puertas de la Amazonía. Todos ellos han vivido la violencia y el
terror de Sendero Luminoso cuando asaltaban sus comunidades y los mataban a
todos mientras prendían fuego a sus casas.
Los Asháninkas, junto con los Boras, Chamicuro y Capanahua, son la etnia
más numerosa y extendida de la Amazonía. Han sufrido la sangrienta guerra interna
que puso al Perú en estado crítico en los años ochenta y noventa.
En la actualidad los Asháninkas tienen un nuevo enemigo: Las empresas
trasnacionales. Las energéticas han irrumpido en el Amazonas con sed insaciable
de recursos naturales. Las petroleras, las hidroeléctricas, las madereras y las
mineras constituyen la nueva preocupación de los Asháninkas.
“La selva nos da de comer, la selva
es nuestra casa y la quieren destruir. Nosotros la cuidamos”, explica
preocupado Elías, el jefe de la comunidad. Los Asháninkas conciben la selva
como su fuente de vida y la consideran su hogar. No son sólo los habitantes de
la Amazonía, sino también los guardianes de la selva. Tienen miedo de que el
desarrollo industrial desmesurado llegue a arrasar su territorio.
En el 2010, los gobiernos de Brasil y Perú firmaron un acuerdo bilateral
para construir una hidroeléctrica colosal que inundaría los territorios ancestrales
de los Asháninkas, provocando más de 8 mil desplazados. “Nadie nos consultó, nadie nos informó”, afirma Ruth Buendía (vocera
de los Asháninkas) con seriedad. El Gobierno peruano aprobó el proyecto de
Paquitzapango sin informar a las comunidades Asháninkas, lo que supuso la
violación de la ley internacional recogida en el Convenio 169 de la OIT sobre
los derechos indígenas que Perú había firmado. Ante este escandaloso panorama
la CARE decidió entrar en acción y denunciarlo, afirma Ruth Buendía, que
consiguió reunir a más de 230 comunidades para que se aliaran en la lucha por
sus derechos como ciudadanos peruanos y exigieran explicaciones al Gobierno.
“El objetivo de la CARE (Central
Asháninka del río Ene) es garantizar que
se cumple la ley de consulta” dice Buendía. En la CARE saben que la
deforestación y contaminación es un fenómeno casi imparable, por eso dan un
grito de auxilio a la comunidad internacional sobre el peligro que supone un
desarrollo mal organizado. “Exigimos la
misma inversión y la misma atención que los demás”, explicaba Ruth en
Madrid durante las jornadas del Octubre Asháninka. “Nosotros queremos dialogar con el Gobierno, queremos tener la misma
atención que el resto de ciudadanos peruanos en educación y en salud”.
Además, piden protección al Gobierno frente al terrorismo, todavía activo. “La guerra que hemos pasado y el terrorismo
han sido por el abandono del Gobierno”, afirma la vocera de los asháninkas.
A pesar de todo, estos nativos viven el día a día con esperanza y se
respira un ambiente tranquilo en la comunidad. Se levantan temprano y los
hombres salen a cazar o a pescar en el río mientras las mujeres buscan madera
para hacer fuego o van por yuca para preparar masato.
Cuando se visita un poblado Asháninka es necesario dirigirse al jefe de la
comunidad como muestra de respeto y de educación. Él es quien concede el
permiso para participar de las actividades, vestir sus atuendos y honrar sus
costumbres. Elías es un líder muy amigable y con un gran sentido del humor,
como la mayoría de sus vecinos, que ríen a carcajadas cada vez que tienen la
oportunidad. Es hospitalario y se muestra contento cuando algún forastero se
interesa por conocer Samaria. Elías es muy respetado y visita a menudo a otras
familias para comprobar que todo esté en orden. Estos días sus visitas son más
frecuentes, ya que se acerca una fiesta: la escuela de Samaria está de
aniversario y todos están invitados a la celebración. Cuando hace su aparición
rutinaria, la gente le invita a sentarse y a beber masato, gesto de bienvenida
en su cultura, nuestra cultura.
Los Asháninkas no se oponen al desarrollo, al contrario, están a favor de
la inversión en nuestro país y quieren formar parte del progreso.
A pesar del miedo y la desconfianza, los miembros de esta comunidad son
agradables con quien los visita. Al principio les cuesta confiar en la gente,
pero en cuanto se liberan de la sospecha, descubren su verdadero carácter, más
relajado, muy respetuoso y acogedor. Entonces llega el momento de ofrecer al
forastero el primer trago de masato, al que siempre se debe responder con un pasonki (gracias en Asháninka) y una
sonrisa. Junto con la bebida llegará la primera clase de su idioma, finalmente,
tendrá que superar la prueba decisiva: evitar que se derrame el líquido
mientras todos los niños de la aldea le trepan por la espalda como a un árbol
para jugar con él sin poder contener la risa.
Viven como lo hacían antes, como lo han hecho siempre: en perfecta armonía
con su entorno natural, disfrutando de cada momento que les da la vida.
Intentan no pensar en todos los peligros que los rodean. Quien los conozca y conviva
con ellos podrá comprobar que se logra, hasta que el sonido de un helicóptero
gira las cabezas, se eleva la mirada al cielo y pueden recordar que ya no viven
en el paraíso.
-Ela.
Referencias Bibliográficas:
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