HOY NO QUIERO HACER NADA
Hoy no quiero hacer nada. Despierto, mis ojos vacilan buscando sobre qué objeto poner atención, deciden mirar el techo. Todo me parece tan igual que siento que los días no pasan, sino que es un solo día, uno infinito. Tomo mi desayuno, tiene un sabor insípido; da igual si el café tiene la suficiente cantidad de azúcar que suelo echarle, me da igual cepillarme los dientes. No estoy depresivo, al menos quiero bañarme porque no soporto el calor. Enciendo la tv para escuchar hablar al presidente, luego torturarme con los tantos casos positivos que hay en el país debido al virus y finamente reprocharle a la pantalla diciendo: ¿De qué sirve este encierro?
Hoy no quiero escuchar música; sin embargo, decido colocarla, Cerati me dice “Ver tanta belleza en este caos es virtud”, a lo que respondo: ¡Claro, tú porque estás muerto, huevón! y lo apago. Tomo mi libro e intento viajar por el llano venezolano, imposible, me importa un carajo la venganza de doña Bárbara. Camino del cuarto a la cocina, de la cocina al comedor, sin saber para qué me muevo. Sujeto mi teléfono, lo apago, lo prendo, reviso whatsapp. Me tumbo sobre mi cama, ya me conozco lo suficiente como para hacer un juego de introspección o filosofar sobre mí mismo. Hoy no quiero hacer nada.
Las paredes se asfixian con mi antipatía y parece que quisieran aplastarme, algo traman. Voy en busca de comida, no tengo hambre, pero quiero rellenar este tiempo con algún sabor, reviso la nevera y ya sé de memoria el gusto de cada alimento. “Agradece a Dios que tienes”, me digo, regreso a la cama, me tumbo, vuelvo a mirar el techo, esta vez me voltea los ojos, me levanto de nuevo, subo al cuarto piso, veo el cielo, está más azul que de costumbre; respiro, no me concentro, la vecina me saluda pero me hago el que no la escucha, pues esquivo sus “buenas tardes”, en realidad, no tiene nada de buena, me digo. Hace más calor.
Retorno e ingreso a casa, me dirijo al baño, me miro al espejo y me digo que todo está bien pero no me creo. Bebo agua, me como una banana, vuelvo a tomar agua, me tumbo en mi cama, me levanto, escucho la discusión de mis vecinos, hoy se dijeron cosas más fuertes, pienso en lo difícil de estar encerrado con alguien que no quieres. Enciendo la tv, hago zapping, la apago, me dirijo a la cocina, me preparo café, pero esta vez le coloco la cantidad de azúcar que me gusta. Hago la cena. Cae la noche y con ella caigo yo diciéndome una vez más… hoy no quiero hacer nada.
Antonio.
Hoy no quiero escuchar música; sin embargo, decido colocarla, Cerati me dice “Ver tanta belleza en este caos es virtud”, a lo que respondo: ¡Claro, tú porque estás muerto, huevón! y lo apago. Tomo mi libro e intento viajar por el llano venezolano, imposible, me importa un carajo la venganza de doña Bárbara. Camino del cuarto a la cocina, de la cocina al comedor, sin saber para qué me muevo. Sujeto mi teléfono, lo apago, lo prendo, reviso whatsapp. Me tumbo sobre mi cama, ya me conozco lo suficiente como para hacer un juego de introspección o filosofar sobre mí mismo. Hoy no quiero hacer nada.
Las paredes se asfixian con mi antipatía y parece que quisieran aplastarme, algo traman. Voy en busca de comida, no tengo hambre, pero quiero rellenar este tiempo con algún sabor, reviso la nevera y ya sé de memoria el gusto de cada alimento. “Agradece a Dios que tienes”, me digo, regreso a la cama, me tumbo, vuelvo a mirar el techo, esta vez me voltea los ojos, me levanto de nuevo, subo al cuarto piso, veo el cielo, está más azul que de costumbre; respiro, no me concentro, la vecina me saluda pero me hago el que no la escucha, pues esquivo sus “buenas tardes”, en realidad, no tiene nada de buena, me digo. Hace más calor.
Retorno e ingreso a casa, me dirijo al baño, me miro al espejo y me digo que todo está bien pero no me creo. Bebo agua, me como una banana, vuelvo a tomar agua, me tumbo en mi cama, me levanto, escucho la discusión de mis vecinos, hoy se dijeron cosas más fuertes, pienso en lo difícil de estar encerrado con alguien que no quieres. Enciendo la tv, hago zapping, la apago, me dirijo a la cocina, me preparo café, pero esta vez le coloco la cantidad de azúcar que me gusta. Hago la cena. Cae la noche y con ella caigo yo diciéndome una vez más… hoy no quiero hacer nada.
Antonio.
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