NO QUIERO SALIR
Las rutinas y obligaciones dentro de mi casa están ya establecidas, mi hermano hace las compras, yo me encargo de limpiar y desinfectar las compras y, mi mamá se encarga de cocinar. La lejía se ha vuelto mi compañera de labores, el alcohol en gel esta puesto casi en todas las áreas de la casa. Parece que tuviéramos un trastorno obsesivo compulsivo por la limpieza, pero es eso o vivir angustiados con que algo no salió bien y el sonido de un estornudo, nos atormente como si fuera el anuncio de una muerte próxima. Pero ¿esto fue desde el día uno de cuarentena? no, tal vez ¿la semana uno de cuarentena? tampoco.
Este tiempo desaprendimos en muchos aspectos, tuvimos que reformular nuestra forma de vivir y hoy, ya casi a dos meses del inicio del confinamiento, siento que por fin se ha alineado gran parte de mi rutina. Pero ¿Qué va pasar cuando salgamos? ¿Cómo reconoceremos a las personas tras toda esa procesión de mascarillas? ¿Alguien me dirá “salud” al estornudar? Esa y muchas otras preguntas rondan mi cabeza al pensar en el momento que tenga que salir a la calle. Se supone que mi adaptación a esta situación atípica se estaba dando de la mejor forma, pero todo esto cambia si variamos de escenario, si estuviera afuera y no dentro de mi casa.
Conforme pasan los días, mis compras empiezan a ser por delivery, el costo de envío, el tiempo de espera, nada de eso importa con tal de permanecer en casa.
¿Será que ya formo parte de la población con el síndrome de la cabaña? La verdad es que esto suele ser una reacción natural al estar tanto tiempo confinados. El día que me dijeron que probablemente retomaría mis labores fuera del hogar, simplemente no dormí y la angustia se apodero de mi pecho como si tuviera un hueco que me perforaba hasta la espalda. Al día siguiente pensé - No te angusties ¡Basta! - Y la noticia tan esperada de la ampliación de cuarentena relleno ese vacío que me venía fastidiando.
Qué vulnerable había estado y no me había dado cuenta, ahora solo respiro y pienso que tendremos que volver y como todo suceso nuevo, tal vez vuelva a dar miedo, pero si se tiene que empezar de cero, se empezará, con miedo, con curiosidad, con nuevas rutinas, pero se logrará.
Este tiempo desaprendimos en muchos aspectos, tuvimos que reformular nuestra forma de vivir y hoy, ya casi a dos meses del inicio del confinamiento, siento que por fin se ha alineado gran parte de mi rutina. Pero ¿Qué va pasar cuando salgamos? ¿Cómo reconoceremos a las personas tras toda esa procesión de mascarillas? ¿Alguien me dirá “salud” al estornudar? Esa y muchas otras preguntas rondan mi cabeza al pensar en el momento que tenga que salir a la calle. Se supone que mi adaptación a esta situación atípica se estaba dando de la mejor forma, pero todo esto cambia si variamos de escenario, si estuviera afuera y no dentro de mi casa.
Conforme pasan los días, mis compras empiezan a ser por delivery, el costo de envío, el tiempo de espera, nada de eso importa con tal de permanecer en casa.
¿Será que ya formo parte de la población con el síndrome de la cabaña? La verdad es que esto suele ser una reacción natural al estar tanto tiempo confinados. El día que me dijeron que probablemente retomaría mis labores fuera del hogar, simplemente no dormí y la angustia se apodero de mi pecho como si tuviera un hueco que me perforaba hasta la espalda. Al día siguiente pensé - No te angusties ¡Basta! - Y la noticia tan esperada de la ampliación de cuarentena relleno ese vacío que me venía fastidiando.
Qué vulnerable había estado y no me había dado cuenta, ahora solo respiro y pienso que tendremos que volver y como todo suceso nuevo, tal vez vuelva a dar miedo, pero si se tiene que empezar de cero, se empezará, con miedo, con curiosidad, con nuevas rutinas, pero se logrará.
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